viernes, 14 de noviembre de 2014

El boxeador polaco de Eduardo Halfon


«Es un libro engañosamente corto». Pero la verdad es que es un poco más que eso. Mi descubrimiento de Halfon y específicamente de su libro El boxeador polaco viene acompañado de una anécdota: en marzo, mientras se desarollaba el CILCA en Xela y yo era responsable de la feria del libro en el marco de dicho proyecto, un lector enfadado llegó a devolver un libro, molesto, que el libro era uno malo, un libro que no le gustaba, vaya, sin mediar más con el librero, dejó el libro en el stand. Mi curiosidad me hizo acercarme al stand y para mi sorpresa, lo que habían ido a tirar no era sino el libro de Halfon del que la noche anterior Javier Payeras había hecho mención en una conferencia del CILCA como uno de los textos importantes a los que se debe ir. Me lo quedé.

El boxeador polaco es un libro cínico, la voz narradora es una voz desenfadada, y me atrevo a decir que la comprensión narrativa en la construcción de este libro es en alguna medida compleja de entender en una primera lectura, y en una lectura simple sobre las distintas narativas del texto. Si lo referencial a veces puede resultar molesto en el texto de Halfon resulta ser que las referencias se convierten en un apoyo casi escenográfico de la historia del texto. Lo visual, a eso quiero llegar, que el texto es de una comprensión visual de la narrativa.

El cuento más sutil, me resulta curioso, es el que le da nombre al libro. No es la simple anécdota familiar carente de interés literario y tampoco es una historia más sobre la segunda guerra mundial. Hay una intimidad que se pone al desnudo con una relativa facilidad, y es que si bien no es fácil abordar las tragedias familiares dentro de un texto, se acompaña aquí del tratamiento literario de la existencia propia para contar una historia cercana más al corazón que a cualquier otro territorio donde se pueda ubicar ésta.

Halfon aborda también la descripción de sus escenarios desde la ternura de quien se sabe extranjero en un espacio que no le pertenece, me refiero a un fragmento en especial, donde el narrador hace referencia a lo hermoso del sonido de cuando las personas hablan en cakchikel: «Sonaba bellísimo, como a gotitas de lluvia cayendo en una laguna, o algo así.»

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