Temprano, en la mañana de aquel primer día del último mes del año, la niña le preguntó a su madre, ¿Pondremos el arbolito? A lo que la madre en tono sarcásticamente sutil respondió, ¡claro, mientras vos y yo terminamos de desayunar! Y se dirigió al mueble de cocina.
La madre sacó de una de las gavetas de la cocina un hermoso y reluciente cuchillo, se vio en el resplandor del artefacto como si estuviera dentro de una película de Kubrick, seguidamente y entre llanto y risas el viejo y apestoso árbol de navidad, polvoso y sin lucecitas, fue lanzado en una bolsa negra, parte por parte, frente a la mirada estupefacta de la pobre niña de ojos tristes.
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