[foto registro de la cubierta tomada por Erick Zelaya]
Caminaba entre los stands de la librería, balbuceé algo, no lo recuerdo
ahora, pero algo dije. Moví los libros y revisaba contratapas y portadas
absurdas. Veía los pequeñitos logos de los sellos editoriales.
Me detuve.
Frente a mí apareció un gigante, me le quedé viendo y los ojos se me
hincharon de brillo, chiquito aquel gigante, me abrazó con su ternura de muerto
que volvía a la vida. Me cubrí el rostro y sonreí, lo encontré, por fin frente
a mí la belleza encarnada en fibras de papel.
Fui directo a la caja y pedí la cuenta.
-Fíjese que no lo tenemos en el
inventario. Me dijo la señora.
Pensé que pude habérmelo robado, que esos pendejos jamás se darían
cuenta, bueno, lo pensé tarde. Finalmente me dijeron que el costo era de 50
lempiras, los pagué y me largué. A la mierda todo lo demás, esa tarde me
dediqué a verlo, a acariciarlo, a saborear su antiguo aroma de pez ancestral.
1998 fue el año del mundial de Francia, los Rolling Stones sacaban “No
security”, el año en que Chuky se reencontraba con Tiffany y los Estudios
Disney nos hacían ver “Mulán”. Fue el año del Mitch y en el que Carlos Flores
invadía los televisores del país como súper héroe, fue el año en el que mi
memoria recuerda más apagones en su puta vida, en Sudáfrica aquel hombre de azúcar volvía de entre los
muertos ante 20 mil espectadores gritando eufóricos el coro que jamás pensaron
cantar junto a él, repeat after me: Sugarman, met a false friend, on a lonely,
dusty road, lost my heart, when i found it, it had turned to dead, black coal,
silver majik ships, you carry, jumpers, coke, sweet Mary Jane, Sugarman… pero
1998 también fue el año en el que Fabricio Estrada publicaba “Sextos de
lluvia”, ese año yo tenía 14.
Si lo pensás bien, debido al Mitch ese año fue uno muy lluvioso y entonces
todo el poemario recobra otro sentido, quizás y lo más seguro, es que este
nuevo sentido sea muy distinto al que llevó a que su autor lo publicara, no sé,
quizás esté hablando de más.
Para ya irnos metiendo dentro del poemario y salirnos un poco del
contexto del año, rescato para mí una de las piezas más hermosas que yo he
leído en “Sextos de lluvia”:
Esta noche
callaremos,
bajarán las
últimas nubes
hasta rozarnos.
Relámpagos
punzantes
besarán
nuestros ojos,
mientras la
radio vocifere
el pronóstico
del tiempo:
pequeña
mañana en lugar
de labios,
tendremos
raíces.
Invierno bajo
techo, pág. 18.
“Sextos de lluvia” es un trabajo muy rítmico, melódico, con mucha
acústica, la construcción de la palabra tiene mucha fuerza en él. Es un rock
pero… también es un tango.
Las plazas de junio son una sola,
en ella relampaguean versos
y retumban visiones.
Las mañanas de junio
astillan ocotes,
preparan el café,
humean de neblinas.
En las plazas de junio existe
el desdén por lo innovante,
ahí, la hormiga es transporte
y las guaricoyas
el canto.
Las tardes de junio
son torrenciales y grises;
a veces un paraguas medroso
y otras,
un rebelde párpado
sumergido y abierto.
En las bancas de junio
se ahoga lo trivial,
se ahogan las sábanas y los ruedos,
en los tabancos las zarigueyas
y en las cunetas los borrachos…
En las noches de junio
los niños se rinden esperando
los soles de marzo,
resucitan el Angelus
y los muertos regresan
flotando,
al ritmo de campanas y arroyos…
en ella relampaguean versos
y retumban visiones.
Las mañanas de junio
astillan ocotes,
preparan el café,
humean de neblinas.
En las plazas de junio existe
el desdén por lo innovante,
ahí, la hormiga es transporte
y las guaricoyas
el canto.
Las tardes de junio
son torrenciales y grises;
a veces un paraguas medroso
y otras,
un rebelde párpado
sumergido y abierto.
En las bancas de junio
se ahoga lo trivial,
se ahogan las sábanas y los ruedos,
en los tabancos las zarigueyas
y en las cunetas los borrachos…
En las noches de junio
los niños se rinden esperando
los soles de marzo,
resucitan el Angelus
y los muertos regresan
flotando,
al ritmo de campanas y arroyos…
Sextos de
lluvia, pág. 35.
Me pregunto si para hacer Sextos
de lluvia el Fa se hizo noctámbulo, si aguantó ganas de matar, si los
sueños se le hicieron añicos, si odiaría menos o más el mundo, si se acuerda de
todo lo que en este libro puso, si el Fabricio actual puede acaso hacerse
responsable de cada cosa escrita aquí.
Yo, para no desentonar, les contaré un secretito, si usted querido e
ingenuo lector, pensaba, después de leer esta nota, claro, ir a comparse Sextos de lluvia de Fabricio Estrada,
déjeme reír hasta que las arrugas cobren un nuevo sentido en mi rostro, le
cuento de que no hay más en el mercado, que ese ejemplar que compré hace meses,
quizás un año atrás, era el último.
Respiren profundo y escuchen una rolita de Sextos de lluvia, beh,
perdón, de Sixto Rodríguez, bajo el patrocinio de nuestro querido Fabricio Sugarman Estrada.