Una lluvia invade la ciudad esta
tarde en que nos encontramos habitándonos mutuamente.
La distancia se acorta, la lluvia
cae con fuerza sobre el techo de casa. Es apropiado escuchar a Silvio, para que
con su guitarra raspe cada uno de nuestros recuerdos.
Fijáte bien lo que hacemos para
torturarnos. Nos ponemos estúpidamente melancólicos, fumás un cigarro, te asomás
a la ventana y aunque no querrás, te obligás a ver por ella la lluvia que
afuera y adentro lo moja todo. Entonces y sólo después de eso, como en un
ritual de flagelación, es que sonás desde la computadora siempre encendida,
canciones de Silvio.
Y entonces éstas se decodifican,
una a una, salen de los archivos de tu laptop. Te golpean y vos reís apenas
extasiado de tanta belleza. Bebés café, aunque esto empeore tu salud, pero como
no debe faltar lo hacés sin reprochar.
El sonido del líquido cayendo en la
taza y escuchás:
-Como
turismo inventó el abismo la desilusión-.
Después de un tiempo nos volvemos
expertos en arruinarnos la existencia. Los demonios vuelven, pero como ya
habías hecho un trato con ellos, no son demonios sino dragones y entonces los
recibís de buena manera. Ellos escuchan las mismas canciones que vos escuchás y
temen a lo mismo que vos temés. No hay guerra afuera, pero tus oídos parecen
escuchar bombas y colores infinitos marchando uniformemente como tropas
militares bien alineadas hacia las costas de aquella mujer. Y es aquí cuando
las canciones toman sentido. No te habías dado cuenta, pero es por ella que
escuchás esas canciones y te ponés estúpidamente melancólico y fumás y tomás
café como perro aunque esto empeore tu salud.
Nuevamente el sonido del líquido
cayendo sobre la taza, pero esta vez con mucho más filo:
-Emilia, has ido junto
con cada canción,
escondida
en un baúl
como un
signo inevitable-.
Ahora que tenés conciencia de esa
mujer te preguntás muchas cosas. ¿Qué signo es ése que lleva tatuado en su
cadera? ¿Sus ojos te veían a vos cuando te observaban después de hacer el amor
y los cuerpos desnudos se entrelazaban en la cama? ¿Qué fuerza estará
condicionando su alma lejos de ella en aquellas ruinas ancestrales? Pero vos no
querés ser un corazón mutilado, ni mucho menos un corazón errante, o un corazón
indigente. Vos lo querés todo y lo apostás todo, pero no comprendés las cosas
tan estrujadas que ahora vienen con la lluvia hasta la ventana, la puerta, los
trastes, el café, los cigarros, y hasta invaden tu forma de escribir.
Y te das cuenta que escribís muy
mal, te das cuenta de que sos un mal escritor, eso te pone de mal humor y
entonces fumás:
Ahora sí estás verdaderamente mal y
querés salir de la casa.
Necesitás salir de la casa. Pero la
lluvia lo tiene invadido todo. No hay forma en que podás escapar de esta
situación, hasta que de repente tu cigarro se acaba y vos no necesitás otro
pero buscás desesperadamente en el paquete y ves que éste se encuentra vacío,
que no queda un tan sólo cigarro que fumar y así esto no puede continuar porque
tus nervios están a punto de colapsar.
Y a esta mujer que ha llegado para
quedarse o irse, aún no lo sabés a ciencia cierta, a esta mujer que te gusta
tanto, que la amás, que le has hecho el amor cuánta vez ella ha querido y que
le has besado cuánto lugar ella ha deseado que besés, esa mujer que te has
cogido en las posiciones que ella te lo ha pedido que lo hagás, a esa mujer
entonces le ves los ojos fijamente y antes de perderte como imbécil en su color
café, le decís, como dice S: toma de mí
todo, bébetelo bien, que el sol no da de beber. Ella comprende lo que le
querés dar a entender y besa tu frente y luego tus labios. Y vos te quedás sin
argumentos.
Te quedás sin argumentos aunque
hayás leído a Lenin, a Marx, a Trotsky, y toda la ideología socialista ya no la
comprendés porque ésta no encaja en el cuerpo desnudo de esa mujer. Su vientre,
sus piernas, su espalda, y en su espalda su omóplato izquierdo, su clavícula y
en ella justo al centro aquel hueco hermosamente construido que no querés
dejar, pero que sabés que en cualquier mañana desaparecerá en el momento en que
ella lo decida. Entonces ya no habrá día feliz de abril arrimándose a los
finales de noviembre o de cualquier otro mes.
Ya no hay líquido, pero la taza
luce desafiante en la mesa de la sala:
-llegarás pero más fuerte,
más violenta la corriente-.
La lluvia ha desaparecido un poco,
los claros de la tarde son tenues. Acariciás sus cejas, le ves los ojos y notás
en ellos una mirada profunda que buscás desesperadamente descifrar. Te dan
ganas de decirle que la amás pero callás, te dan ganas de besarla y te
reprimís, te dan ganas de que tus dedos le acaricien la espalda pero los dejás
entretenidos en sus cejas y no decís nada, pero ella tampoco dice nada. Un
silencio invade la habitación y creés que es el silencio del que habla Silvio
pero intuís que no es así. Que este silencio es otra cosa, que está construido
en un lenguaje que no querés entender pero que se te insinúa desde la
profundidad de su mirada, se te insinúa desde la complejidad de su cuerpo
desnudo después de hacer el amor.
No hay escafandra, te das
cuenta de ese pequeño detalle, no hay oportunidad de intentar sumergirte en el
mar de sus delirios, no se te ocurre porque lo tenés claro. Vos no querés ser
un corazón mutilado, ni mucho menos un corazón errante, o un corazón indigente.
Esto te provoca una serie de fobias y te quedás callado aunque deseás desde lo
más profundo de vos y ni siquiera entendés por qué, pero lo sentís, deseás
decirle que la amás, pero entonces callás.