Por: Héctor Flores
Gracias Fabricio por destaparnos las Blancas Piranhas
Resurgir al mundo, en este mundo moderno, no es nada fácil. Resistir a las tentaciones globales y hacer opción por lo local es cosa de locos. Pensar en la política limpia como oportunidad en un espacio en donde la política es sucia es casi utopía; viajar en busca de sueños en un mundo donde el insomnio gobierna es idílico. Escribir un libro, cuando todo mundo quiere leer en un kindle y, que de paso ése sea un libro de poesía, es sin duda una actitud valiente. Y de esas actitudes valientes quiero hablar ahora.
Como lo dije en otras ocasiones tengo la suerte de presumir que leo porque la mayoría ya no quiere hacerlo y, dicho sea de paso, porque tengo amigos que me permiten hacerlo gratis. Nada mejor que tener un libro en las manos, sentir el papel y seducirlo y seducirse. Esa sensación me dejó tener, en mis manos el libro del poeta Fabricio Estrada. Leer su poesía, asumir sus utopías e intentar, desde ellas mismas, reescribir la esperanza.
Blancas Piranhas
Es un regalo para el buen gusto. Un toque de magia poética para los que nos cuesta más soñar lo imposible y nos permite reencontrarnos con la ruta de lo posible. Esa una selección eficaz de palabras y conceptos evidentes en la sociedad actual, elementos que no podemos olvidar, olvidos que de ser posibles no se pueden perdonar.
Es una especie de manual para no tener miedo a soñar, para no temer al dolor que nos provocan las balas sistémicas de este imperio que se consolida, ni nostalgias por aquellas cosas que pudieron ser y no fueron, pero que no necesariamente significa que no tengan tiempo todavía.
Es una comparación genial de la vida nacional con el río. Y en ese río flotan las piranhas, flotan los sueños y nadan los que no quieren perderse, los que no quieren ser comidos, los que buscan no ser devorados por los afilados dientes de tan especiales criaturas. Del sistema.
Es una mirada poética a ese día a día que desde una sutil manera, con detalles algunas veces imperceptibles: la manera de sentarse, incorporarse, la forma de ser en el trabajo y dejar de ser en la vida, nos impone una lógica que se contradice con la lógica ancestral de nuestros pueblos.
¿Por qué leerlo?
Pues porque es un poemario en el esplender de la palabra. Una recuperación de la memoria histórica desde la concepción misma de la vida en su andar. Un verso cántico al Juana Laínez y sus trompetas históricas, llamándonos primero para el almuerzo y ahora para el entierro cuando el modelo no nos deja nada para comer.
Hay que leerlo porque no basta la luz del día, ni los olores de la mañana, ni los barriletes sobre el estadio, o el olor de los mercados, para comprender que en la vida ayer fuimos unos y ahora somos otros. Otros sin necesariamente ser lo que queríamos, otros sin ser para los otros, otros desde las lógicas de un sistema que no reconoce los seres humanos, por privilegiar las corporaciones y entre ellas las grandes transnacionales.
Porque es un canto a la lucha de clases que, silenciosa y sangrante, sigue imponiéndose entre los que lo tienen todo contra los que no tienen nada. Una lucha por hacer un pueblo distinto, con gentes diferenciadas por sus condiciones propias de identidad, pero unidas y solidarias desde su opción de hacer por los otros. Es un canto a la diversidad que nos da la posibilidad de ser complementarios, al mundo en su conjunto.
Cuando lo local hace al latino americanismo
Creo que una de los grandes aportes de Blancas Piranhas porque en el topamos con una poesía regional que tiene sus énfasis en lo local. Versos que salen de Tegus pero que caben en cualquier rincón de esta gran patria que llamamos Latinoamérica. Que caben porque nuestras historias se entrecruzaron un día cuando la misma piraña que se comió al indio amazona se viene comiendo al indio centro americano y hondureño.
En las poesías de Fabricio se siente el sabor del pueblo, de sus orígenes y de sus juegos de siempre. Se respiran los aires de esa Tegucigalpa que lo recibió y de las calles y los mercados de donde sacó tonadas para escribir estos versos. Es una mezcla de nostalgias vividas a plenitud y una explosión natural contra todo eso que nos quiere arrancar el derecho a ser auténticos, a volar con nuestras propias alas.
Leer a Fabricio es leer al pueblo, conocer los sentimientos de ese pueblo, saber lo que quiere ese pueblo. Sus poesías son la relación más cercana entre todo lo que sucede en el diario vivir y, si eso fuera poco, la voz de la demanda popular por construirse otros tiempos, otros modelos menos esclavistas y un mundo para todos dividido. Es un libro con poesías valientes que te invitan a sumergirte en ese mundo de falsedades, donde todos son blancas palomitas de día y por las noches vampiros chupasangre, y desde ellas y con ellas soñarse la posibilidad de cambiar. De cortar de raíz el mal que asecha las grandes bondades latinoamericanas y sumerge en la desgracia la grandeza de este pueblo hondureño.
Pero también cuando leo a Fabricio siento a Roque y su empedernido amor por dejar azul de esperanza en definitiva al pequeño Centro Americano, descubro a Ernesto Cardenal iluminado y sobrio en Solentiname haciendo cantos cósmicos y rememorando las revoluciones perdidas. Veo a Benedetti ya sin treguas frente a la muerte pero vivo en ese sur que también existe, a Pablo Neruda cabalgando el viento de esa isla indomable hacia la libertad y, por sobre todo, me encuentro a Roberto Sosa, en su canto de amor por los pobres que son muchos, que no se pueden olvidar y menos ahora, cuando este joven poeta, Fabricio Estrada, nos recuerda que esos pobres nadan en ríos en donde las piranhas no son como las de aguas amazónicas que cazan por el instinto natural de comer, sino que éstas son sanguinarias, arpías, depredadoras y que cazan por el instinto natural de joder.
Hay que leerlo porque es un canto nacional que tiene madera para volverse latinoamericano, y porque todos lo que tengamos trincheras en los suelos donde germina la esperanza, estamos obligados a leer, a conocer otras propuestas y con ellas hacer nuestros caminos. La individualización, el creerse superior a los otros y el marginar a los demás por razones geográficas, demográficas, sociales y de popularidad son las características más perjudiciales que puede tener una persona, que dice que comparte el sueño de hacer otros mundos posibles con los otros, sus hermanos.
¿Por qué hablo de Fabricio?
Porque creo que en este momento de la vida en donde todas las instituciones, incluidas las que formamos aquellos que nos llamamos izquierdistas, o que nos pensamos mundos distintos, hemos perdido de vista que lo que debe tener de fondo todo nuestro quehacer es la dignificación de la persona humana. Es decir, que si hablo de la poesía de Fabricio estoy obligado a conocer algo de su persona, y desde esa condición para muchos efímera, vincular la obra literaria de este autor con la forma de vida de este hombre de familia que se divide en malabares para llevar su barco familiar, sin descuidar el barco social de su patria, por los ríos infestados de piranhas blancas que hay en la cotidianidad hondureña.
Porque creo que somos muchos que nos hemos tomado la molestia de leerlo ya, incluso los que de alguna manera compartimos espacios y redes A y R y todo lo demás que sea posible, pero no basta con eso, lo bueno se debe resaltar, se debe compartir, se debe mover para que promueva a otros esta loca manera de soñarnos despiertos otra patria.
Yo tuve el agrado de tomarme un café en el patio de su casa, con otros compas a los que les tengo mucha empatía, con su compañera: también poeta, y unos cuantos gatos que nos recordaban la necesidad de escalar los muros de la vida dividida que nos dejan unos cuantos, para recuperar la vida en plenitud que nos supone la utopía que perseguimos. Y vi al Fabricio, al hombre, al poeta, al iluso, al soñador… lo vi en plenitud. Tengo, abusando de todos los preceptos posibles, la convicción de que vi un hombre que no sólo se refleja en la poesía que escribe, sino que se sueña en la familia que tiene y en la sociedad que les quiere heredar.
Un café con matices bohemios, entre árboles, con libros, con las tostadas propias de los pueblos y la esperanza de ser en cada sorbo. Un momento en el que fuimos capaces de nadar por este río de nuestra historia, en sus complejas aguas modernas y las posibles corrientes futuras, sin el miedo de que las Blancas Piranhas que Fabricio nos describe en su libro, amenazaran con devorarnos de una sola a los que ahí estábamos.
Termino diciendo que una de las cosas que más me gustan de este poemario es la conexión existente entre el hombre y el verso, entre la humanidad y lo ideológico, entre el sueño y la realidad y sobre todo, entre lo local y lo regional latinoamericano. Un gran salto, un gran poemario, un gran regalo…. Ojalá los que todavía no lo han leído lo hagan y que los que ya lo leyeron tengan la valentía de reconocérselo al autor, que si bien escribe desde el anonimato que sus utopías le permiten, no está demás que ésos, sus amigos, le den un espaldarazo de vez en cuando…
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