Jorge Luis Borges
amaba a los tigres y sentenció que Dios creó al gato para que el hombre pudiera
acariciar al tigre. Es así que bajo la caricia de la lengua áspera de los
pequeños felinos en sus manos, conoció la secreta escritura, el enigma que
guardan en el fondo de sus ojos, la adoración que provocaron entre los faraones
del antiguo Egipto.
Mi gato sube
cadencioso las escaleras del altillo, se acerca, lame las manos del retrato de
Borges, me mira, se acuesta a sus pies y para mi asombro, forma un círculo
frente al sendero de miradas que se bifurcan.
[Nana Rodríguez Romero/Antología: Mariposas ciegas sin tiempo,
Miniantologías Internacionales de la Internacional Microcuentista/tomado de: Efecto
Mariposa, Colibrí Ediciones, 2004.]
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