Lentamente
la lluvia comienza a tener forma y consistencia, todos los gatos han huido,
todos, menos uno. La lluvia lo ha comenzado a empapar. Desde mi habitación y
apenas asomado por la ventana veo que me observa. Como si me conociera de mucho
antes, como si tuviera algo que decirme, como si tuviéramos algún asunto
pendiente entre los dos. No se va. La lluvia no lo asusta y se queda.
Voy
a la mesa por un cigarro, regreso y abro la ventana. Acurrucado en el techo de
enfrente levanta apenas la cabecita. Le indico que debe entrar. No puede
quedarse ahí. Seguramente enfermará. Parece dudar. Pero finalmente acepta
entrar. En el borde de la ventana sacude su cuerpo y entra. Lo acaricio. Y le
digo que tenga paciencia, que cuando la lluvia pase podrá volver a afuera.
¡Lo sé! ̶ me
dice.
¿Cómo es una calaverita de
azúcar?, ̶ le
pregunto con ternura.
¡Justamente eso, no saberlo,
es lo que nos mantiene con vida!, ̶ me dice riéndose.
¿Qué clase de gato sos?
¡Del tipo que a vos te gusta!
¿Y cómo es que sabés eso?
¡Rondamos siempre tu casa,
cuidamos tu alma, ese fue su deseo!
¿Fumarías conmigo?
¿Serías capaz de olvidar de
una vez por todas y dejar de llamarnos con tu tristeza?
No lo sé… lo siento si te he
hecho daño, sos un gato hermoso.
Tranquilo, no tenés nada que
lamentar, nosotros estamos aquí por un gusto adquirido.
Entonces el té nos viene bien.
Prefiero creer que así es.
Ok…
(silence
for Nat)
Y
el tiempo se vuelve inútil en la habitación. Ya no sé qué decir. Las palabras
sobran, al menos, eso es lo que parece. Entonces compartimos silencio, de la
misma manera como antes lo compartí con Natalia.
Ella
se ha ido y me ha dejado un ejército de gatos dispuestos a quedarse cada uno de
ellos de las formas más piadosas de las que un gato puede ser. Pero yo no pongo
de mi parte, lo sé, sigo siendo este hombre triste, confundido y demacrado a la
vez. Sigo siendo un silencio inservible. Una mutación de la noche. Un
camuflaje. Un brillo a punto de escapar.
Pero
ellos, los gatos, son la razón de la noche, de la inquieta transformación de mi
alma, son los rezos, son los indigentes, los acertijos, los demonios, los
frágiles ladrillos de la pared. Charly. Un cigarro a medio acabar. Un beso
extraviado. Coca-cola enlatada para mi amor. Té con miel para la salud. Miedo y
dolor de la inquieta transformación de mi alma y de su alma y de sus almas y de
todas las almas que rondan por mí el vecindario triste, agotado y viejo.
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