«Compita, busque a Balam, se lo recomiendo.» Ésas fueron las palabras de Fabricio Estrada antes de viajar al noveno Festival Internacional de Poesía de Quetzaltenago, lo que yo nunca me imaginé es que iba a conocer a un árbol sabio, con la memoria de nuestros ancestros en la voz de su lengua, en las ramas de su sueño de gigante, en la metafísica sonrisa, en la amistad profunda y honesta.
En ese primer encuentro yo diría que no hubo retórica, de Cardona Bulnes a la importancia de los espacios para los poetas jóvenes, del café al aguacate con tortilla de maíz, del fútbol a Javier Solís, ese primer encuentro yo diría que fue importante.
Para nuestro segundo encuentro en esta vida, Balam me regaló dos joyitas Braille para sordos y Bitácora del árbol nómada, no quisiera que se me tome a mal pero cuando por fin me senté con tranquilidad y vi la dedicatoria, y hoy que vuelvo al libro, debo decir que es hermoso leer «...con mi abrazo y estas ramas de sangre...» y reconocer en él a un árbol nómada que extiende sus ramas hasta mí.
Creo sin duda, que de lo leído de Balam Rodrigo es en Bitácora del árbol nómada donde encuentro el color más definido de su poética y una labor que si bien se mantiene y se hace notar con facilidad en otros textos, aquí tiene una fuerza brutal, el uso de los códigos y el manejo de las imágenes son llevados a niveles profundos de experimentación del lenguaje, es en suma, el oficio de un artesano de la palabra en su mayor esplendor, Balam, es uno de los constructores de la metafísica más interesante que en esta vida se me ha permitido leer.
Decía el poeta español Ángel González que «cuesta mucho trabajo escribir con claridad y aparentar que el lenguaje del poema no es un lenguaje poético sino el lenguaje de todos, en realidad el lenguaje del poema siempre es lenguaje de un poema nunca es el lenguaje de todos pero dar esa impresión es producto de mucho esfuerzo...» y en la poética de Balam veo reflejado este elemento sustancial.
Abrilésima nostalgia
El marimbar de la lluvia
es abrilésima nostalgia.
Un olor de mangos
resucita los bemoles que la tarde hiere
al percutir su música de zinc
tras goterones y aguaceros.
De la trópica lluvia a los tenues hilillos
escurriendo en paredones y arboladuras
cual aves en los postes de petrificada luz
y canto
que fluyen hacia el mar
en una lunación de sextantes muertos.
Quejosa en su tonada, su piar de ninfas
que habitan en oscura sal y tesituras.
Ya canta la batricia tarde su creación
madura, su bichosa faz
que de un salto inunda todo
con sus anclas de agua.
Lenguación tras lenguación, los líquidos
insectos muertan las ciudades:
Efímero en su lluviar entre los brevísimos
nosotros.
De Balam he aprendido que el uso del lenguaje tiene aproximaciones profundas, como profundo es el sonido del bosque cuando los árboles florean.
Habitación del aire
Tu corazón rayecito del hipocondríaco amor,
hijastro de los celos y la huida.
Máscaras te adornan una o mil las veces,
las mentiras.
Agazapado y con el reptil entre las piernas,
tu paraíso perdido erectece
y retumba en amoreos,
en turbios afanes e impasibles derrotas.
Conquistas el aire y cual paloma te despides
harto ausente, titiloso.
Tu corazón no es más la quebración
del horizonte, ni aquel albo y niño herido
que aullaba en noches lobas por la luna.
Balam es, en conclusión, uno de los poetas contemporáneos más importante de la impronta literaria regional, y habita ya su sombra de árbol enorme en toda Centroamérica, la misma que inhala el olor de la poesía ancestral, entera y directa a la boca del estómago.
Conozco dos poetas que están en esta sintonía, y aquí el poeta salvadoreño Antonio Cienfuegos coincide conmigo, uno es Fabricio Estrada (Honduras) y el otro es Javier Payeras (Guatemala), los tres nacieron en 1974.
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