martes, 15 de julio de 2014

En la quietud de los altares en dos fragmentos


Jenny Haylock

Hoy, Jenny Haylock, he pensado
en nuestro adiós allá en Wesd End;
el mar más triste no he mirado
como lo viera aquella vez.

Iban los barcos a otros puertos
como siguiendo una ilusión
y al embarcarme, Jenny Haylock,
algo en mi vida se quebró.

Todo era azul en aquel tiempo:
azul el mar, el cielo azul,
tus grandes ojos y mis sueños
y azul mi errante juventud.

Hoy que te encuentras, Jenny Haylock,
en tu casita en Baltimore,
llama a tus puertas mi recuerdo
como otras veces lo hice yo.

Martín Paz
Trujillo, Honduras, 1901-México, 1952.


La canción del yancunú

Batunga negra, batunga -sangre del yancunú-
el fuego se va y regresa quemándote la cintura
do re mi sin pentagrama
el viento sube la llama cuando tú bailas y cantas
tambores, tumbas y flautas desnudan
     tu movimiento
como chispa retenida de otra luz que se levanta
sobre una comba del tiempo que salta de tu recuerdo
van saliendo los abuelos cargados de cosas tristes
entonces tu sangre hierve, reta, grita y amenaza
tras la doble madrugada de los ojos y los dientes
la fiebre sigue su rumbo de los pies a la cabeza
un grito mueve la noche de tu piel y tu garganta
y brilla sobre la playa la fiesta de carnaval.
Pintadas de rojo carne y rayos de mediodía
las máscaras dicen algo que no dicen las palabras
tu canto viene de lejos, nació con los dinosaurios
tus abuelos lo cantaron bajo inviernos de esperanza
¿y qué es en sí tu canto?
un hermano de los vientos
el alma de tus abuelos que no cesa de cantar.
De allá viene siempre alegre la canción del yancunú.

Guillermo Codrington
Yuscarán, Honduras, 1931.

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