miércoles, 2 de febrero de 2011

Mochuelo

Por: Martín Cálix

Jamás se piensa en volver a pasar el mismo camino, sin embargo redibujamos nuestra historia entre la basura que nos queda, justamente, exactamente, cada mañana. Excepto los domingos.

Cálculo tras cálculo, medida precisa que vacilantemente se nos insinúa. Pero jamás se piensa en volver a pasar el mismo camino. Y mientras tanto si pienso y escucho “anclado al aire” de Perro Zompopo. Ayer fue sábado, uno cualquiera, de lo más ordinario. Hoy es domingo, aunque pudiera ser martes, jueves… pero es domingo y tengo que aguantar su forma, su color, y sobre todo su olor.

He pensado en el suicidio como una opción válida, pero recuerdo al poeta decir más o menos algo como, “no muero por no darle gusto a mis enemigos”, y así como que lo obligan a uno a seguir viviendo y resistiendo.

Ayer pensaba que los demonios habían vuelto a aparecer, ahora creo que nunca se han ido y que tampoco han sido demonios sino más bien dragones que invernan en mi mesa, entonces he decidido quererlos. Hoy los estoy reacomodando para que haya espacio suficiente en la mesa para poder escribir, fumar, tomar café y que ellos duerman, algunas veces apilados y otras en mi pecho.

Como he decidido quererlos les voy a dar un nombre a cada uno, al azul le pondré Gabo, a la verde le pondré Kahlo y al rojo por parecerse a mi le pondré Kan.

Serán ellos mis cómplices, mis amores nocturnos, mis odios más profundos, mi alter ego, serán yo y no serán nunca como yo. Porque vaciados de esencia se alimentaran de mí.

A mis dragones los llevaré por las amplias casas de mis amigos que tampoco son muchos. Los llevaré a codificar los adoquines de Trinidad, los convenceré de agarrar un fusil y desembocar en el Aguán.

Los animaré a escribir poesía y reavivar el fuego dormido que dejaste al partir, y te amaran con tanto odio como lo hago yo. Irán montados en la cintura de mi madre y de la mano de Sebastián. Acumularán los más hermosos sueños de Abigail, tropezarán con el flujo cardinal de mi padre y ahondaran en sus razones perdidas.

A la lluvia le ordenaran a quedarse quieta, alejando así todas mis tristezas. Tocaran las canciones hermosas que vienen del sur y de ésa isla perdida, esas canciones que me dan vida. Sabrán de la iberia y su dolor. Sabrán que no soy de aquí y me aceptarán los vicios más carnales que en cada cambio de piel vuelven a aflorar.

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