Por: Martín Cálix
Recorrí ésta tarde tu cintura taciturna, enmudecido por el miedo de tus ojos vi apilados los periódicos del miedo. Ellos como bestias intentaban que entraras en un ataúd de palabras mal hechas, construidas a partir de la sangre de gentes inconclusas.
La tenue luz de la calle a las tres de la tarde envejeció dos horas después y moríamos junto a tu nombre los transeúntes de lo inhóspito. Tu cadera de pelvis rota explotaba al tiempo que el África ancestral cambia el oxígeno de sus uñas. Pululan niños mediocres y nosotros inmóviles ante el crimen nos dibujamos sonrisas para ser parte del teatro.
Te pregunté algo que no tenía respuesta. Te denuncié sin haber cometido delito. Ahora estoy desnudo junto a ellos, hecho de papel, de palabras mal hechas a partir de personas inconclusas. Me veo convexo. Me confieso inútil. Me puedo morir y sin que me importe. Me puedo quedar sólo viéndome. Aún así jamás borraré la cadencia de tu fiebre, la firmeza de tu mirada, la ternura de tu espíritu.
Recorrí ésta tarde tu cintura taciturna, enmudecido por el miedo de tus ojos vi apilados a los perros del odio. Me eché a tu lado para que ellos comieran de mi carne, de mi hueso, de mis vísceras. Porque al final del día nadie se salva amor mío, en éste pútrido e inhóspito país.
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