Supongo que debe haber muchas personas que piensan en Nicaragua y se les hace difícil pensarla sin Cardenal o Belli, Darío... En mi caso es Salvador Bustos, no puedo pensar en Nicaragua y pensarla sin la poesía de Bustos. Entonces, la "modernidad" según Salva, para quienes lo hemos leído con intimidad pasa por afirmar que en este siglo no queman libros / siembran bombas de tiempo / en el destino de los niños / futuros autores. En todo caso, yo qué sé de poesía.
Nicaragua ha sido más conocido como país de poetas en Centroamérica, la narrativa quizás deba hacerse su espacio con mucho esfuerzo. Por ahora y en ese sentido, "Flores de la trinchera", es un paso firme hacia el descubrimiento de nuevos puntos creativos en la Centroamérica del nuevo siglo, apretadita y con mucha modernidad.
Encuentro aquí narradores con los que entablo conversación desde lo hecho a base de certeza, el punto que en lo personal más ha llamado mi atención es Guillermo Obando, nacido apenas en 1994, con una fluidez en su lenguaje, con un desarrollo creativo que en nada tiene que envidiar a autores mayores a él en edad.
Por razones que aún no comprendemos, llegó a mis manos desde una Nicaragua hasta ahora desconocida para mí, pero que ya me entregó a través de Alberto Sánchez Arguello, un trozo de luz.
Precisamente de Alberto es de quien quiero dejar memoria en esta entrada, ya que sus micros se asumen desde su naturaleza, según lo veo yo, o no se asumen:
Conexión íntima
Se asignó al torturador una mujer para interrogatorio. La desnudó y colocó en la plancha de electrocución. Fijó el voltaje según la tabla de peso normada y comenzó su trabajo. Le dedicó varias sesiones durante días enteros. Siguieron golpes y mutilaciones, junto con agresiones verbales y humillaciones varias. Seis meses sin resultado concluyeron con la ejecución de la mujer. Pocos días después encontraron ahorcado al torturador en su casa de habitación. Una nota decía: "sin ella no puedo vivir".
Entrenamiento
El gobierno militar tenía dudas sobre la fortaleza ciudadana para resistir el ataque de un país enemigo. Así que ordenaron la masacre sistemática del pueblo, con lujo de crueldad y perversión, para entrenarlos mental y físicamente en caso de materializarse semejante horror.
Servir
Cuando el señor y la señora de la casa murieron, ya ancianos y sin hijos, el mayordomo, el ama de llaves, el chófer las seis mucamas y el jardinero, siguieron trabajando igual. Colocaron los cadáveres en sillas de ruedas y los desplazaron por la mansión cumpliendo con las horas del té y las comidas. Más fuerte que el olor a putrefacción y el horror de la descomposición, era la costumbre de servir.
Encuentro aquí narradores con los que entablo conversación desde lo hecho a base de certeza, el punto que en lo personal más ha llamado mi atención es Guillermo Obando, nacido apenas en 1994, con una fluidez en su lenguaje, con un desarrollo creativo que en nada tiene que envidiar a autores mayores a él en edad.
Por razones que aún no comprendemos, llegó a mis manos desde una Nicaragua hasta ahora desconocida para mí, pero que ya me entregó a través de Alberto Sánchez Arguello, un trozo de luz.
Precisamente de Alberto es de quien quiero dejar memoria en esta entrada, ya que sus micros se asumen desde su naturaleza, según lo veo yo, o no se asumen:
Conexión íntima
Se asignó al torturador una mujer para interrogatorio. La desnudó y colocó en la plancha de electrocución. Fijó el voltaje según la tabla de peso normada y comenzó su trabajo. Le dedicó varias sesiones durante días enteros. Siguieron golpes y mutilaciones, junto con agresiones verbales y humillaciones varias. Seis meses sin resultado concluyeron con la ejecución de la mujer. Pocos días después encontraron ahorcado al torturador en su casa de habitación. Una nota decía: "sin ella no puedo vivir".
Entrenamiento
El gobierno militar tenía dudas sobre la fortaleza ciudadana para resistir el ataque de un país enemigo. Así que ordenaron la masacre sistemática del pueblo, con lujo de crueldad y perversión, para entrenarlos mental y físicamente en caso de materializarse semejante horror.
Servir
Cuando el señor y la señora de la casa murieron, ya ancianos y sin hijos, el mayordomo, el ama de llaves, el chófer las seis mucamas y el jardinero, siguieron trabajando igual. Colocaron los cadáveres en sillas de ruedas y los desplazaron por la mansión cumpliendo con las horas del té y las comidas. Más fuerte que el olor a putrefacción y el horror de la descomposición, era la costumbre de servir.
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