Ángel González, poeta enorme español dijo alguna vez algo así como, «escribir con sencillez requiere de un esfuerzo enorme y te puede llevar toda la vida», ¿cuánto es entonces una vida? Aunque tenga muchísima razón González es inevitable hacerse la pregunta. Mestre (y no pretendo llenar de citas el texto) dice que «la poesía es un proyecto espiritual». Nada es más cierto como de que si la poesía no es un proyecto espiritual todo lo demás resulta ser impostado, no pasará jamás de la pose, de la pirotecnia y la retórica.
Un poeta debería (y no quiero dar tips de qué hacer) asumirse más como un artesano, sí, un artesano de la palabra. Y es que a veces encontramos más poesía en un tuit que un libro entero. Qué fácil resulta ser un «poeta wannabe» y golpearse el pecho, decir la palabra «poeta» y pensar en esto como si serlo significa tener un título feudal, cuando la poesía es un proyecto de vida, que tiene una relación profunda y directa con los hilos más humanos del creador, esos hilos sensibles que propician el papel de artesano al poeta.
Y todo eso para hablar de «Como nos lo dejaron los abuelos» (Metáfora Editores, 2014) de Wilson Loayes, poeta joven y sensible, cuya construcción literaria no está impostada en la parafernalia del medio literario ni en la pose de ser poeta indígena. Wilson, proviene de una hermosa comunidad del occidente guatemalteco llamada San Juan Ostuncalco (o «Colina de los tres tambores»). La poética de Wilson es aún muy joven, claro, con 23 años todo lo que hagás va a caber en este término de lo que es «joven» y lo que no lo es. Y los chicos y las chicas no necesitan demostrarle a nadie que son poetas más que a ellos y a ellas. Aquí no hay una serie de pasos como manual poético a seguir y que al completarlo ya se te embiste como poeta. La poesía, repito, tiene una relación profunda con los hilos de la vida.
Soy la silla junto a la ventana
Me acomodo viendo la llanura
anhelando ser la grama
las flores
las bestias
el sol
la lluvia
el día
la noche
el niño
la mujer
la más mínima cosa que se mueva
Sueño reencarnando en todo eso
hasta en la silla junto a la ventana.
Silla junto a la ventana | pág. 6
«Como nos lo dejaron los abuelos», me doy la oportunidad de decirlo, es un hermoso regalo, un hermoso regalo de vida, que te hace regresar a ese estado natural de la ternura, es decir, la ternura en estado puro, sólido, consistente. Si hay un fórmula para hacer de la ternura, poesía, Wilson la tiene y no es algo que salga forzado, que la distracción del Yo entorpezca, es aquí una obra tierna, y es desde aquí que valoro enormemente el acto subversivo de escribir porque es escribiendo que el poeta se hace poeta y no llamándose a sí mismo poeta desde el escenario. Dicho todo eso, hay que decir que todos y todas estamos llamados y llamadas a leer el poemario de Wilson y descubrirnos tiernos y tiernas en su poética.
Las aves
no ven fronteras
las aves
no le niegan su canto
a la mañana
aunque llueva
aunque esté nublado
Nunca he oído
decir a un ave:
Hoy no cantaré aquí
porque es otra tierra
Las aves simplemente cantan
en donde sea
las aves ven el mundo
con ojos de poeta.
Aves | pág. 10
Los dioses pensaron en el hombre
el hombre nació
Los dioses pensaron en la flora y la fauna
nacieron las dos
Los dioses pensaron en el lenguaje
el lenguaje nació
Los dioses pensaron
existimos en su mente
no somos nada
somos pensamiento
Los dioses escriben
Somos la voz que nos lee.
Somos poema | pág. 30
Wilson Loayes
(San Juan Ostuncalco, 1991)
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