Hipótesis del hombre roto
A lo lejos, el amante de Kervala
gime por amor
bajo los astros olvidados
de la noche,
los niños ciegos de Da Ňang
ríen a carcajadas
mientras arrancan alas
a los pájaros de octubre,
y el mulato gris del Mato Grosso
llena con rocas de sal
la boca de un jaguar ungido
de muerte.
Dijo el anciano de Corinto
bajo el almendro:
Si pudieran volver de Ítaca
lo barcos,
y los huesos del águila
crecieran nuevamente en nuestros brazos,
entonces,
volveríamos a ser hombres.
[...]
Decápoda voz
He aquí la profundidad abismal
de la página en blanco:
El sedimento silábico de sus fonemas
decanta su sentido hacia el fondo de tus ojos
Un renglón inexistente sostiene una línea
–ésta– tajada por los bordes.
Más abajo del filo de este abismo
la orilla del sentido y del descenso
la caída libre del agua y la nada
en donde escribo estos apuntes.
El límite en el que tu mano sostiene
este rectángulo de muerto mar
el blanco –o azulado– cubo apresado
por tus cinco tentáculos –quizá diez–
y las cuatro líneas unidas por el vocablo
vértice, crean las fronteras del mundo.
Si decantas esta hoja, si la inclinas a babor
por los costados caerá agua de mar
y escucharás el sonido:
He aquí el charco –albino, quizá índigo–
donde aterrizan estos signos
nombrados o lamidos por tu lengua
al menos esta vez.
Lo has hecho:
Ya.
y las cuatro líneas unidas por el vocablo
vértice, crean las fronteras del mundo.
Si decantas esta hoja, si la inclinas a babor
por los costados caerá agua de mar
y escucharás el sonido:
He aquí el charco –albino, quizá índigo–
donde aterrizan estos signos
nombrados o lamidos por tu lengua
al menos esta vez.
Lo has hecho:
Ya.
Balam Rodrigo
Chiapas, 1974.
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