martes, 26 de noviembre de 2013

Manual de usuario para paisaje abstracto


No estoy tan seguro de que el territorio en el que me han dicho que crecí y viví hasta hoy, exista. Me han dicho que se llama Honduras y que su profundidad existe en los ojos de los desaparecidos y las desaparecidas. ¿Y estos? - me pregunté -. Nadie respondió.

Hay un vacío que se esconde entre los transeúntes de una ciudad enferma, herida de muerte. Su risa de bestia tardía para el milagro de las palomas que abrazan a Miguelito en la catedral ve cómo van cayendo los ojos de la peatonal.

Créanme, cuando reafirmo mis dientes en el frío nocturno de los fusiles del hambre y no en la poesía. «¿Qué putas es eso?» Decía mi abuela y ahora por fin he entendido el origen de su pregunta que sigue sin encontrar respuesta, muy a pesar de ella, mi abuela. Como cuando Eloísa sentía frío en el estómago por semanas de no comer.

No estoy tan convencido de que este territorio exista. He visto su mirada tibia de mujer dormida, su figura random cocinándose en un abrazo clandestino, sus pies descalzos y ligeros.

Corrió el rumor de su muerte, pero luego alguien dijo que no era cierto, que lo inventaron como inventaron la muerte de Morrison. Entonces ya no le di más play al soundtrack de la ternura infantil de sus piernas calientitas de ser amadas. This is the end... this is the end my friend, my only friend... the end... esto lo que es, es la curva de una suave brisa a las 6 de la mañana. Yes my friend, dance, dance, yeah.

Entonces, como no estoy seguro de que esto llamado Honduras exista, me he permitido hacerles un dibujito de cómo yo me lo imagino:



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