domingo, 15 de diciembre de 2013

Un cuento de navidad para lectores suicidas (Segunda parte: Comprar los puros y las veladoras para San Simón)


Finalmente nos dimos cuenta que Santa no existió nunca y comenzamos a realizar los pedidos para fin de año de manera directa. Entonces comenzaba la eterna negociación paternal y coacción vacacional.

Eloísa como abuela matriarca de la familia imponía una serie de condiciones para que el día indicado cada nieto y nieta tuviera un regalo según su edad, y esto era verdaderamente importante porque no era lo que pedíamos sino lo que ella consideraba adecuado para nuestra edad según el año.

Mi mejor año fue en el que Goku venció a Majimbu, ese año me convertí en el vaquero explorador espacial.

Convertido en vaquero explorador espacial exploraba los lugares más prohibidos de la casa, es decir, que en realidad me dedicaba a ir a la cocina y robar comida del refrigerador sin que mi tía Suyapa se diera cuenta, o tratar de ver hacia adentro de la habitación de Eloísa para observar el altar a San Simón.

Pero algunos años recibí regalos que no quería o simplemente no recibí. Cuando sos niño la navidad es un período que empieza con el último día de clases y se extendía hasta el día en que volvían a empezar.

Eloísa siempre estaba atenta a este período y buscaba mantenernos ocupados, siempre nos involucraba en las actividades que tenían que ver con mantener bien atendido al santo. San Simón necesitaba de su provisión diaria de puros, guaro y flores. 

Entonces éramos mi primo Alejandro y yo, por ser los mayores los elegidos para hacer los mandados que tenían que ver con esta actividad vacacional. Ir a conseguir los puros y las veladoras era una de las tareas que más me gustaban, porque implicaban ir de exploración al mercado del pueblo, meternos adentro y visitar una tienda que tenía a la venta estampas de santos, veladoras con la virgen de Fátima estampada en el vaso de vidrio, puros, hierbas que no conocíamos y que poseían olores particulares, incienso, mirra, especias y veladoras de todos los colores que se necesitaran. El lugar tenía esencialmente una luz mágica que al menos yo percibía hermosa.

Cuando la señora que siempre vestía con atuendos floreados y delantales hechos a mano nos atendía, buscaba alguna excusa para quedarme observando el lugar. Jamás conversamos con ella pero debió tener historias lindas que contarnos.

Al volver con los puros y las veladoras, mi mayor fascinación era imaginar que Eloísa nos permitiría ver al santo, todo lo que queríamos era verlo de cerca. Pero ella no nos dejaba y nos contaba mil historias, que por ser niños, que al santo no le gustaban los niños, que eso no le gustaría a nuestras madres, pero por su risa cómplice nos transmitía esperanza de verlo algún día.

San Simón debía ser un súper héroe que ayudaba a Eloísa, porque a mi abuela siempre le hacía feliz hablar con él. Para navidad, mi mayor regalo era ayudarla con las tareas de atender al santo.

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