Conocí a Héctor hace muchos años, no sabía que escribía, no sabía quién era. Debo decir que al principio me pareció un tipo raro, que hablaba raro y pensaba raro, "¿qué es eso de querer ponerse un pasamontañas en la cabeza y agarrar un fusil?", pensé. Con el tiempo lo supe, él es hijo del Aguán.
Creo que éste es el punto de partida, el Aguán. Nacer en el Aguán debió ser hermoso cuando no era lo que es hoy, ese campo de guerra en el que lo han convertido los narcos y sicarios estatales.
La propuesta de Héctor nace en las trincheras más profundas y anónimas del territorio que lo vió nacer. Su trabajo de construcción tiene, desde mi perspectiva, dos aristas importantes:
1. La reinvindicación de las muertas y los muertos del movimiento campesino de la zona, su obra se fué construyendo desde el llamado de la sangre derramada de vidas inocentes, sus hermanos y sus hermanas, encuentran sus voces en "Versos para leer desde la trinchera".
2. Es inevitable que conociendo a Héctor, después de escucharlo hablarme tantas veces de esos "compas" yo no me remita a la poesía de Dalton, porque pareciera que a Héctor le toca heredar como muchos y muchas de su generación, la poesía de Roque. Creció desde sus vísceras al papel.
Sé que vendrán los puristas del idioma y los paquidermos sabiondos de la poesía a decirnos que esto no es poesía, que Héctor no es poeta, que "Versos para leer desde la trinchera" no es ni siquiera rescatable en su mínima expresión, "claro", les diremos, y nuestras almas guardaran una sonrisa porque ellos no entienden la forma en la que "Versos para leer desde la trinchera" se construyó.
No entienden porque no tienen herramientas para entenderlo, porque sus bellos instrumentos sólo hablan de recódificar los "sagrado de la poesía", es decir, no pueden ver más allá de las débiles páginas de los libros de poetas con el dolor de otro siglo en sus ojos.
Pero como esto no nos asusta, debemos dejar el asunto hasta aquí y remitirnos a la obra:
Héctor, el Chaco, nos recuerda que las AK47 y las drogas son el menú cotidiano de una juventud a quien le arrebataron la esperanza, quien desesperadamente se busca, se encuentra y se pierde en lo cotidiano de esta guerra que cruza sus vidas.
Que la trinchera más importante es la construcción de una nueva sociedad, que les dé su lugar a estos hombres y a estas mujeres que en su grito agónico de lucha lo único que desean es el cese de la violencia morbosa y generalizada en la zona del Aguán, que de una vez y por todas los dejen vivir en paz, que se les permita desde su identidad construir su versión de Honduras.
Calle pitoreta
La otra trinchera es un pedazo de suelo
donde germina la vida a pesar de tanta muerte...
donde emerge la esperanza a pesar de tantas soledades.
Desmilitaricemos
Estas calles eran mías
y tu camuflaje asesino me las arrebata.
Ahora no puedo andarlas
y los pies de los niños descalzos no corren
tras la pelota de plástico
porque las balas tuyas corren tras ellos.
Tocoa era de todos antes de que ustedes vinieran
antes de que llegaran sus palmas envenenadas
sus guerras drogadas
y sicarios estatales.
La gente de tu gente era mi gente
y la palabra era primera que la bala.
Ahora no puedo hablar para expresar lo que siento
porque la pólvora de tus cartuchos habla
más fuerte que mi esperanza.
El Aguán fue mi tierra, era mi presente
y ahora es mi lucha.
En las corrientes del río arremeten
torrentes de sangre
y sacuden las piedras los huesos de los compañeros.
Ahora escasean en las escuelas los libros
y florecen en los jardines
los proyectiles de las AK47.
El Aguán se viste con tus camuflajes
mientras yo busco emerger de tu verde ensangrentado
emerger con el canto de la esperanza
con las ganas de vivir
y ese grito en las paredes
pidiendo desmilitarización.
Versos para leer desde la trinchera
Héctor Flores
Editorial Casa San Ignacio
ISBN: 978-99926-739-2-8