[esbozo de un poema apócrifo escrito en papel de estraza entre la frontera # 158, colonia roma, y una fonda de caldos en la colonia doctores, año de Dios del dos mil dos o dos mil tres]
para los habitantes de la "lópez mérida": don leonel (mi tío), leonel arturo ("el chino"), don manfredo, y leoncio
[...] estoy el cuerpo en frontera # 158, col. roma,
sastrería "lópez mérida", atrincherados la nostalgia
y el terco corazón entre las viejas y las nuevas telas,
sitiado por pedazos de sombra zurcidos a los ojos
con hilos de nostalgia y agujas de silencio;
la greda pinta su raya en el casimir de la memoria
y la cinta métrica mide mide los latidos junto a la escuadra
que tiene esquinas pero no manzanas;
los afilados dedos de mi tío, don leonel, trabajan
y zurcen los lienzos del relámpago y su trueno
que tarda siglos en quitarse en los oídos;
"está lloviendo", le digo, y, "huele a tierra mojada"
- adelanto mi empolvada lengua sobre la mesa -;
respira hondo don leonel, que pétreo y arcano
me responde: "aquí la ciudad no huele a tierra,
aquí la lluvia y la vida son la gran diabla y apestan
las muy mierdas"; más allá del banco atermitado
en el que monto y trato de domar los númenes
que la tarde exprime desde el sucio trapo de las nubes,
cifro con lápiz las medidas de la palabra que se yergue
al fondo de las máquinas para hacer con ellas un traje vivo
a la medida de la voz, hoja que es toda andrajos ya;
y así, cosida a los orines que arrastran las aguas
por grietas y banquetas, rompo mi lengua en esquirlas
y remiendo mis labios para que no se escape más;
y aquí, y sólo aquí, en estas cuatro paredes del taller
que hacen el mundo - peliédrico y anguloso
como la calle, entraña abierta que deja su inmundicia
a la intemperie - escribo para solaz de ángeles
y pájaros ahogados; no bien tose don manfredo
- el sastre maestro - y levanta los ojos ya gastados
pero el ir y venir desde la tela de los pensamientos
que giran sobre su casa en tacubaya, hasta volver
a las fauces de la roma, y dice, revirando la voz
por un momento: "aquí zurcimos hoyos, cosemos luz
y trabajamos hasta que el sol - botón de argento vivo -
se mete en los ojales de la muerte y el insomnio";
alfil parapetado atrás del muro de la "singer",
y en tanto apura valencianas e invisibles puntadas,
(h)ojea y espeta leoncio: "la revista claroscuro
publica buenas fotos en blanco y negro" (sé yo
cuando le miro que ha cortado con la risa
un par de íconos que guarda entre las telas);
aquí jamás ha estado el sur tan más cercano y más
dentro de los ojos: en la pared palpita un almanaque
chapín que nota al pie nos dice: impreso en la ciudad
de tecún umán, guatemala, c.a. ; sobre la mesa
un cadáver inglés muy casimir revela senda postal
del lago atitlán y sus cántaros azules; (el rumor
de la frontera y su garganta extranjera nos susurran
al oído la más saudosa voz: sololá); aletea de bruces
la lengua de mi tío: "oí vos, pelón, el santo de esquipulas
lo cura todo, deberías de ir"; y yo escribo en el aire:
locura todo, mientras recuerdo los rezos y murmullos:
"caldo de zopilote para los locos, lagañas de perro
pa´ver los espíritus del otro mundo, pezuñas
de tepezcuintle pa´l mal de parto y pa´la muinas";
luego la sastre voz de quien ha sido peregrino
en esquipulas: "allá tenés que hilvanar mucho camino",
y, "es muy buenísimo el tan santo, aunque muy agrio
es el tal peregrinar"; enhebro las venas y la sangre
a través del ojo de la aguja por el que pasa esta ciudad
y sus historias, y atiza otras lenguas don leones:
"javier solís era vecino nuestro, vivía a la vuelta
de la casa en tacubaya y no lo soltábamos
hasta que nos cantaba esa canción (y silba y tararea:
"payaso, soy un triste payaso...") con él fuimos bolos
varias veces, y ya ensalmados con su voz, caíamos
al abismo de los tragos y dormíamos en las banquetas
al igual que pájaros entre las ramas que columpia
el viento"; guardo esa voz y el índigo alfabeto
de mi tío: y sé que aquí todos somos dos o tres
o cuatro o más tristes payasos cantando en un anfiteatro
en el que hablamos cadáveres de una patria ya muerta
y lejana; languidece el día y yo anhelo mi "cama":
resortes de cartón que espera la enésima caída
de mis huesos en la esquina del taller y buscan envolver
mi cuerpo entre sábanas de sueño y celulosa;
"en este colchón han pernoctado varios famosos
a quienes el suelo no incomoda"; se despiden leoncio
y don manfredo mientras el manto de la noche
se desteje: "bajá la cortina", y, luego
de un hachazo de respiros, "en tapachula jugaba
el gran «poeta de la zurda» ¡qué chapín tan más
jugadorazo, qué madrazos de gol sacaba de la pierna
chueca!"; trato de remendar los odres del tiempo
al hilvanar los despojos de aquellos días;
continuamos la platica con un dedal un ramo
de alfileres bajo la lengua que sonámbula repite
los mismos coros de la "singer" (callan las sombras
y redobla un eco sin remedio: "tac - trac, tac - trac,
tac - trac, tac - trac - trac - trac"; - nos visita ya
y nos besa la epilepsia núbil de la noche -;
apenas cierro los ojos, amanece: "abrí la cortina"
y, "si no abrió «
el yucateco», nos vamos a los caldos
de huacal"; derramo la última gota de sueño
de mis párpados en tanto escuchamos el "fotógrafo"
y bebemos las primeras letras del fútbol: el "
esto",
y el
aquello; látigos de polvo apuran el tiempo
y otra vez posa la tarde su terrible garra sobre nosotros:
son ya las cuatro, y es hora de comer; "bajá
la cortina y poné el candado"; la tarde numerosa
lo ciega y lo zurce todo con su hierro; salimos
a la calle, cruzamos av. cuauhtémoc, y arrastramos
el hambre hasta llegar al restorán "
el yucateco",
que no abrió; jalamos de nuevo el estómago
y los perros restorcidos de la entraña hasta los caldos
del "
tío pedro", donde entramos; (llora una famélica
mujer a espaldas de la mesa, anémica y plañidera
a la que vi el enjunto y parco rostro jamás); entre huacales
y tortillas - caídos soles en el tiznado cielo mortal -
afilo este pedazo de niebla escrito a jirones en papel
de estraza, abismo estas páginas desleídas
y perfumadas con el olor de la cebolla y el cilantro
al igual que mi estómago que ambula
como un perro hambriento en la doctores del domingo,
tan oblicua y ajetreada y tan dura e indómita
como el mesero y los comensales, hasta que vuelve
otra vez mi espíritu a la mesa una vez servido mi caldo,
y entonces me pregunta don leonel: "¿qué tanto escribís?";
y yo en el fondo quiero decirle que intento ser
aquel poeta, el gran «
poeta de la zurda»,
ése que jugaba fútbol en los llaneros de malacatán
en guatemala y en los del "
córdova" en tapachula;
pero bien sé yo que izquierdos no tengo ni el corazón
ni la pierna, aunque muerdo en el aire un ala
y hundo la cuchara de los ojos en esta humeante
página sin plato en la que cifro para mis más dentros:
"quien remoja la lengua y el corazón entre las llamas
del silencio y
no se agüita, ni se queja, y quien procura
sólo vivir para las letras sorteando el hambre y los
inciertos rigores y tormentos del poema - de la vida -,
ése, el poeta: el que juega con la palabra de la más
ab
zurda lengua"; (y ya le paro aquí con mi sermón
-
zurdo lector que vas desde la
izquierda letra a la
derecha -
mientras exprimo un gordo limón sobre mi caldo
y me zampo un monolítico taco de sal con aguacate) [...]
[...]
[antiícaro]
antiícaro, no quise volar, sino caer;
por eso escribo, para dejar de soñar,
para dejar el vuelo a los pájaros
y a la memoria; pero heme aquí
con luengas alas urdidas en el polvo
del sueño y ataviadas con el plumaje
del tiempo sin el tiempo; por eso escribo,
para caer y apuntalar con estas letras
mi cuerpo y forzarlo a descender
en esta página, tatuada ya por el peso
todo de mi sangre; y así, desleído
y cercenadas mis alas con el filo
de tus párpados, yace mi cuerpo
desangrado entre renglones, caído,
terrestre, soberbio; y aún señalado
por el dédalo de Dios y la niña de tus ojos
que trazan mi destino, antiícaro,
no quieres tú volar, sino leer.
Balam Rodrigo
Chiapas, 1974.